América Latina a inicios del siglo XX
Desde
principios del siglo XX, los distintos estados latinoamericanos comenzaron la
búsqueda de sistemas económicos nacionales que les permitiesen superar los
graves problemas sociales de sus respectivas naciones. En ese contexto, la
búsqueda de la industrialización fue un objetivo común para la mayoría de
ellos.
Desde
EE.UU. comienza una fuerte intervención, no solo económica, sino también de
orden político y social. Fue el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) quien
pretendió complementar la antigua Doctrina Monroe (1823), que hablaba de
"América para los Americanos". Volvía a plantearse el tema de que era
inaceptable la intervención europea en los países americanos justificando, así,
la posible intervención norteamericana.
Por
otra parte, después de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos, comienza a
establecer diversas áreas de influencia en América Latina. Una economía en
expansión como la de aquel país requería de materias primas para su industria,
y mercados para sus productos e inversión de capitales. Fue así como,
bajo el imperativo de la dinámica del
capitalismo, los norteamericanos comenzaron a penetrar con sus capitales
y empresas primero en Centroamérica, y más tarde en toda América del Sur.
Con
la crisis económica norteamericana, producida a partir del
llamado jueves negro (octubre de 1929) se produce un efecto en cadena que da a
la crisis un carácter internacional.
Desde
la paralización bursátil se desencadenó una
serie de eventos que afectó a la mayor parte de la producción
industrial del mundo capitalista, con el consiguiente efecto sobre aquellos
países exportadores de materias primas.
Asimismo,
la crisis trajo consecuencias en todo el sistema. Se habla de consecuencias
económicas, políticas y sociales. En el orden político, se generó un
aislamiento e intervencionismo estatal. Todos los países generaron políticas de
proteccionismo aplicadas a sus producciones locales. Se destacan fuertes
críticas al sistema de libre mercado y al “laissez-faire”,
estableciendo una nueva teoría que justifique la intervención activa del Estado
para fomentar el empleo. A la vez, se produjo el descrédito de las democracias
parlamentarias y el recrudecimiento de los nacionalismos. Finalmente, el
desempleo generó un aumento de los movimientos obreros y el nacimiento de
partidos políticos con base proletaria.
En
consecuencia, la crisis del 1929 marcó el comienzo de una era que se
caracterizó por la presencia creciente del Estado en los asuntos públicos y
económicos con el objetivo de superar aquel tipo de situaciones.
En
América Hispana se presentan algunos casos importantes de revoluciones
populares que pretenden alcanzar para sus economías un desarrollo sostenido. Se
trata de la Revolución Mexicana, el peronismo en Argentina y la Revolución Cubana.
En
México se había vivido un gran desarrollo económico en manos de capitales
extranjeros, pero se había descuidado las condiciones de vida de los
trabajadores urbanos y de los campesinos mestizos e indígenas. Bajo el mando de
Francisco Madero, el pueblo se levanta contra el gobierno de Porfirio Díaz.
Destacan también figuras como Pancho Villa, con el estandarte de la Reforma
Agraria y Emiliano Zapata al mando del improvisado ejército campesino. Porfirio
Díaz renunció y Madero entra victorioso a la Ciudad de México. Pero su acción
no trajo paz: se desarrolló una guerra civil entre los campesinos que exigían
una reforma agraria total y los dueños de los latifundios, extranjeros y
mexicanos, que no estaban dispuestos a aceptar cambios en la estructura social
y económica del país. En 1911 el Plan de Ayala, firmado por zapatistas, declara
traidor a Madero y establece la devolución de las tierras usurpadas a
campesinos e indígenas. Sube al poder Huerta, quien no recibe apoyo de los
norteamericanos por no ser un gobierno democrático. La intervención solo se
produce para velar por los intereses de las compañías petroleras
norteamericanas ubicadas en Veracruz. Así, la revolución mexicana se extiende
hasta los años ‘30.
Otro
caso americano fue el de Argentina. La oligarquía ganadera y cerealera pierde
su poder político a comienzos del siglo XX, dando paso a los burgueses y
proletarios, amparados por la modernización de la economía. En la década del
‘20, la política económica del estado es nacionalista, favoreciendo el
desarrollo de la industria y de la agricultura nacional. Se dictan leyes que
favorezcan las relaciones entre obreros y patrones, pero no sirven para detener
las movilizaciones obreras. La Gran Depresión de 1930 permite la llegada de los
conservadores al poder, luego, la Segunda Guerra Mundial fue un fuerte
incentivo para el desarrollo industrial; pero aumentaban las revueltas y se
produce un golpe militar. En 1946, llega al poder Juan Domingo Perón, con una
buena economía puesto que abastecía a los mercados europeos. Favoreció el
empleo, los altos salarios y un alto nivel de consumo, intervino la
Confederación General del Trabajo, y creó el Partido Único. Para 1952 la crisis
económica se volvió inmanejable y apareció la represión en la escena política. En
1955 caía el segundo gobierno de Perón y con él la revolución.
Cuba,
independizada de España recién a fines del siglo XIX, permaneció ocupada
militarmente por EE.UU. hasta 1902, extendiendo su influencia hasta 1959. No
obstante, la base de Guantánamo fue producto de un arriendo por 99 años. En
1959, un grupo de revolucionarios dirigidos por Fidel Castro derroca al
gobierno de Fulgencio Batista convencido de que la restauración
democrática solo sería posible por la dicha vía.
En
síntesis, a partir de los años ‘30 nuestro continente experimenta una creciente
industrialización a nivel local y regional. Ello se expresa en la intención de
varios países por construir zonas de cooperación económica, como lo fue la
experiencia del Pacto Andino (1969) que integraba a países con frontera en la
Cordillera de los Andes. En muchos países latinoamericanos este proceso de
industrialización se llevó a cabo bajo el concepto del “Estado Benefactor”, que
consideraba la participación estatal en el impulso económico asociado a la
industrialización, y que se pensó llevaría al desarrollo de los países
americanos.
En
la década de los 50, aún bajo los influjos de la industrialización, los
problemas estructurales de los latinoamericanos (pobreza, marginalidad,
analfabetismo) no estaban resueltos. Esta falta de solución llevó a algunos
sectores de la izquierda latinoamericana a radicalizar sus discursos y
estrategias de solución. A la luz de estos hechos, en la década de los ‘60, e
inspirados en la experiencia cubana, en muchos países se organizaron proyectos
políticos que proponían la instalación de gobiernos revolucionarios que
modificaran de manera radical la realidad latinoamericana.
En
este contexto, y sumados los aspectos relacionados con el mundo bipolar y la
Guerra Fría, la situación interna del continente se polarizó. El escenario
político se volvió crítico cuando en distintos países se organizaron
movimientos militares apoyados por algunos sectores de las burguesías
nacionales, que terminaron en la instalación de sistemas autoritarios. En
muchos de estos casos, como lo indican
investigaciones recientes, los movimientos militares contaron con
el apoyo del gobierno de Estados Unidos, el cual no veía con buenos ojos la
instalación de otras “Cubas”, es decir, de regímenes de inspiración comunista
amparados por la URSS.
En
los comienzos de los años sesenta, la relación entre
Estados Unidos y América Latina estuvo marcada por la llamada
“Alianza para el progreso” (1961 a 1970), una estrategia estimulada por el
presidente J.F. Kennedy (1961-1963) que consideraba apoyo económico
y técnico a los países del continente
americano con el objetivo de generar nuevos intentos para superar los principales
problemas relacionados con la pobreza y la marginalidad. La ayuda se
canalizaría tanto desde el gobierno de
los Estados Unidos como por las empresas
privadas, a través de la Fundación Panamericana de Desarrollo.
En
este contexto, a comienzos de los
años setenta en nuestro país, el presidente
Salvador Allende (1970-1973) intentó implantar en Chile un socialismo que fuera
compatible con las libertades políticas. Se convertiría, de esta manera, en el
primer experimento socialista en llegar al poder ocupando el sistema electoral.
Sin embargo, un golpe de Estado lo derribó en 1973. Asumió el mando
de la nación una Junta Militar presidida
por el general Augusto Pinochet.
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